Cuando mi abuela regaló a mi familia un piano, mis hermanos empezaron a tomar clases de música. Recuerdo que mi hermana me daba de vez en cuando clases de piano. Pero por casualidad del destino años antes mi padre había comprado un violín a una de mis hermanas, un violín que quedó olvidado en un armario. Cuando mi madre reencontró el violín me preguntó si quería tomar clases de música. Y así fue… desde ese día empecé mi camino en la música, un camino lleno de satisfacciones, logros y retos.
De pequeña tuve la fortuna de viajar con la música ya que en la Academia donde comencé fui seleccionada dentro de un grupo de 12 niños para una gira artística en Japón en los años de 1985 y 1987. Esta experiencia marcó mi decisión, a temprana edad, de ser un músico profesional.
Esta decisión conllevó a una disciplina muy fuerte de estudio cotidiano. Debo de confesar que a pesar de amar la música y de poder expresarla en un escenario, había días que no tenía el deseo de estudiar por lo que el estudio en esas ocasiones se volvía una obligación más que un disfrute del mismo. Conforme pasaba el tiempo mi pasión por tocar delante de un público empezó a ser acompañada por el famoso “miedo a equivocarse y ser juzgado”. Este sentimiento empezó a crear una barrera entre mi misma y la música lo que me llevó a experimentar tensiones no sólo mentales, emocionales sino también físicas. Pero aún con todo esto, mi decisión de dedicarme a la música era clara y contundente.
Esta decisión de vida me llevó a continuar mis estudios en Lugano, Suiza. No era una época fácil ya que mi padre había fallecido meses antes de mi llegada a Lugano por lo que me sentía vulnerable y con incertidumbre de lo que me esperaba pues era la primera vez que vivía sola y en un país desconocido. Sin embargo me pude adaptar rápidamente a mi nuevo ambiente personal y musical.
Pero a los pocos meses de mi nueva vida en Lugano me di cuenta… ¡que no sabía estudiar! Esto causó mucha tensión no sólo en mi relación con mi maestro de aquel entonces sino también en mi relación con el violín. Recuerdo que en una ocasión le comenté a mi maestro que sentía físicamente lejano al violín. Así era, sentía en ese momento una distancia con mi instrumento y el mundo sonoro, una distancia que me llevó incluso a dejar de tocar un par de meses debido a una aparente tensión en una de mis manos.
Pero gracias a este “distanciamiento” y a mi perseverancia surgió la semilla de lo que ahora es EL MUSICO CONSCIENTE. Entendí que todos mis problemas técnicos y musicales tenían lugar en mi casa mental. Y era precisamente ahí donde debía resolverlos. Me di cuenta del gran potencial que tenemos en nuestra mente y de su beneficio magnífico en el estudio cotidiano. También descubrí mi campo emocional y la importancia de saber y sentir exactamente la emoción que uno como artista quiere transmitir al público. Ambos descubrimientos me llevaron a transformar mi estado corporal de manera muy positiva por lo que comencé a sentirme libre de tensiones al tocar el violín y sobretodo… me empecé a “acercar” nuevamente a la música de una manera más sana y creativa.
Fue entonces cuando el estudio se transformó ya no en un momento de obligación si no en un momento de creatividad y de disfrute. Empecé a saber cómo estudiar utilizando mis verdaderas capacidades mentales, emocionales y físicas. Y como todo en la vida, a partir de un cambio tan profundo en mi interior mi situación externa cambió ya que encontré una nueva maestra de cuyas clases salía con el entusiasmo de mejorar, de estudiar y de estar en contacto con el mundo mágico sonoro.
Desde entonces mi contacto con la música se ha transformado de una manera muy profunda y enriquecedora. Una manera que me ha llevado a impartir la música desde una perspectiva holística de esta misma y a vivirla de igual manera. Después de 15 años trabajando como intérprete y maestra bajo esta nueva visión musical, estoy totalmente convencida que entre más real y honesto sea nuestro contacto con el mundo sonoro mayor será su impacto en nuestra sociedad la cual ahora más que nunca necesita de un arte que resuene en nuestro interior y que nos lleve a ser conscientes de nuestra verdadera esencia. Que el poder de la música se manifieste en todo su esplendor en nuestro aprendizaje sin fin.
Los principios didácticos de El Músico Consciente han evolucionado con los años. Durante mucho tiempo los apliqué a estudiantes de la edad infantil, a través del Curso de Desarrollo Integral, obteniendo buenos resultados. En 2015 dichos principios tomaron un rumbo diferente pues empecé a utilizarlos con alumnos de grado superior. Al ver cómo este trabajo transformaba la práctica diaria y desempeño escénico de los alumnos me di cuenta de la importancia de renovar la educación musical de grado superior. Desde entonces he dado cursos en instituciones musicales como la Escuela Superior de Música de la Ciudad de México, el Instituto Cultural de Campeche, la Universidad de Costa Rica y el Festival Internacional Music in the Alps en Austria, entre otros. Y sin lugar a duda el haber realizado la maestría de pedagogía musical con la ESMUC, Escola Superior de Música di Catalunya, ha llevado las didácticas de El Músico Consciente a consolidarse como una pedagogía musical innovadora dentro de la docencia de grado superior con el programa The Conscious Musician Program para estudiantes de licenciatura.
En cuanto al campo de las artes escénicas el trabajar con disciplinas como el teatro, la danza y el arte visual por más de 20 años ha tenido una influencia muy importante en mi carrera como violinista clásica y de vanguardia. Considero que un músico es un actor sonoro en escena por lo que el trabajo corporal y emocional en relación con las obras que interpreta es esencial para realmente poder trascender a través de su arte.
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